miércoles, 18 de abril de 2018

Gaudete et exsultate, la estimulante e incómoda exhortación del papa

Se ha publicado la exhortación del papa Francisco, “Gaudete et exsultate”, Alégrense y regocíjense. Con este documento el Santo Padre llama a la Iglesia a buscar la santidad y purificarse de esa enfermedad que él llama mundanidad espiritual, que había denunciado en Evangelii Gaudium. Sin pretender hacer un tratado de teología espiritual, Francisco nos anima a no perder la meta de la santidad a la que todo cristiano debe llegar. Ya el Concilio Vaticano II había hecho este llamado universal que ahora el papa explica en detalle.

En un lenguaje claro y directo, Francisco nos habla en segunda persona: la santidad también es para ti. “Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad” (n. 15). Nos lo dice porque son los santos quienes hacen creíble y bello el rostro de la Iglesia en el mundo; pero no sólo los santos que forman parte del calendario litúrgico, sino “los de la puerta de al lado”: la madre, la abuela, el vecino o el amigo que nos edifica con su testimonio de vida cristiana y que, aunque falla y tiene sus caídas, se vuelve a levantar para retomar el camino.

Este papa es un reformador. Sabe que las reformas de la Iglesia no se hacen desde grupos cerrados ni de las élites intelectuales; ello lleva solamente a la contaminación ideológica, a la desunión y a la pérdida de la identidad católica. La reforma que Francisco impulsa es desde las periferias, desde los cristianos de a pie. Son los católicos ordinarios los que mantienen la identidad del Pueblo de Dios adorando la Eucaristía, formándose en la catequesis, los que acuden al confesionario, participan en diversas devociones, hacen obras de caridad y rezan. La reforma de la Iglesia se hace impulsando la santidad en el Pueblo como fin último de la fe católica.

Francisco es un papa incómodo. Su incomodidad es saludable porque sabe poner sal en las heridas de la Iglesia para curarlas. Nos ha advertido de las desviaciones del camino de santidad por dos atajos peligrosos y sin salida. El primero es la senda del gnosticismo. Esto es la adoración del conocimiento teológico, bíblico o litúrgico que puede hacernos creer que por ello estamos salvados o que somos superiores a los demás. Sin menospreciar la necesidad de una educación católica en la doctrina, el papa advierte que lo esencial es dejarnos conducir por el Espíritu Santo para encontrar a Dios en Cristo, en la Iglesia, en la carne del hermano necesitado.

La otra ruta peligrosa -advierte- es el del pelagianismo. Como aquel monje del siglo IV llamado Pelagio, que terminó por considerar innecesaria la gracia divina y puso su confianza en las propias fuerzas para llegar a la salvación, también nosotros podemos cometer la misma equivocación. Al vivir obsesionados con los mandamientos, en la ostentación de una liturgia impecable, vanagloriándonos por el prestigio o el triunfalismo de la Iglesia, en la conquista de obras las sociales como si la Iglesia fuera una ONG carente de piedad y oración... estaríamos dando signos de que algunas sombras de pelagianismo se han introducido en nuestra vida espiritual, más confiada en las propias fuerzas y menos apoyada en la misericordia. El papa nos invita a todos a examinar la propia conciencia para reconocer si vamos siguiendo estas vías con olor a soberbia.

La parte central de la Exhortación son las ocho bienaventuranzas del Sermón del Monte, por las que Jesús nos explicó, con simplicidad, cuál debe ser el estilo de vida del cristiano. El discípulo del Señor debe llevar una vida austera con la pobreza de espíritu. Pero también debe cuidar el corazón de lo que ensucia el amor; debe ser un sembrador de paz y de amistad social y debe vivir en una permanente actitud de misericordia. Esta debe ser la gran regla del comportamiento del bautizado. Hay que estar atentos para que las ideologías no nos atrapen, dice el papa, porque hay cristianos que viven su cristianismo llenos de obras sociales pero carentes de oración, gracia y sacramentos; así como también hay católicos muy críticos al compromiso social de los demás, tachándolos incluso de comunistas. El signo de la santidad no son los éxtasis místicos sino vivir en Dios en amor hacia los últimos, que pueden ser los inmigrantes así como los no nacidos.

Francisco no se detiene a explicar los medios tradicionales para crecer en santidad que aconseja la Iglesia, como la recepción de los sacramentos, la escucha de la Palabra o la dirección espiritual. Más bien explica cuáles son las características indispensables para entender el estilo de vida de la santidad: aguantar con paciencia y mansedumbre, la alegría y el sentido del humor, la audacia y el fervor, aprender a santificarnos en comunidad y vivir en constante oración.

En su parte final, el Santo Padre hace alarde de sus buenas dotes de jesuita exhortándonos a practicar el discernimiento espiritual. En una época de tanta distracción que se manifiesta en viajes, tiempo libre y obsesión por la tecnología, el cristiano necesita crear espacios de silencio para escuchar la voz de Dios. Advierte que la vida cristiana es un combate, no sólo contra la propia carne ni contra el espíritu mundano, sino contra el demonio. En una época en que muchos no creen en su existencia ni en su actuación, Francisco nos advierte que el diablo no es un símbolo del mal, sino un ser personal que actúa en el mundo de los hombres para apartarlos del camino de santidad.

‘Gaudete et exsultate’ ofrece a los sacerdotes abundantes puntos de meditación para su vida personal y para sus homilías. Los mensajes desde el púlpito serán, prácticamente, el único vehículo por el que la voz del papa llegará a los fieles. Sin embargo es un documento que merece ser leído, meditado y compartido en todos los grupos parroquiales. Será un fuerte estímulo para vivir sin acomodarnos en una vida tibia o licuada, para ser testigos del Redentor, sal y luz en el mundo.

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