La muerte 1
Holanda legalizó la eutanasia en 2002. Bélgica, Luxemburgo, Suiza y Canadá también lo hicieron. En cinco estados de la Unión Americana es lícito el suicidio asistido: Vermont, Oregon, California, Washington y Montana. En varias naciones el tema se discute. En aquellos lugares donde la eutanasia podía aplicarse sólo a enfermos terminales, poco a poco las razones se fueron ampliando, y hoy se discute si es aplicable a las personas que están, simplemente, cansadas de vivir.
La cultura laicista y consumista nos dice que no hay Dios por el que vivir y morir y resucitar gloriosos; no hay exigencias morales a las que someterse, y que la vida sólo vale la pena mientras consumamos sus artículos para olvidar nuestra desesperanza. En las sociedades donde desaparecen los ideales religiosos, por los cuales las personas se entreguen hasta dar la vida por ellos, se abre el camino del asesinato y del suicidio. La gente muere en esos países porque desaparece la Verdad a la que deseen entregar sus vidas.
"Es cierto que la muerte está al final de cada camino -dice Fabrice Hadjadj-, pero sólo uno de ellos es digno, sólo uno es el camino de la Vida: el empinado, con baches y con un calvario plantado en la cima”. El que se desgasta por la alegría que viene.
La muerte 2 Antiguamente se hablaba frecuentemente de la muerte, tanto así que en las viejas bibliotecas abundaban las “preparaciones para la muerte”. Durante el Renacimiento se escribieron muchas obras sobre el arte de morir. Hoy la más popular es la de san Alfonso María de Ligorio, de venta en librerías católicas. Curiosamente en aquellos años las meditaciones sobre la muerte engendraban un amor a la vida y una cultura de la vida. Hoy se huye de la muerte, no se quiere hablar de ella. Queremos prolongar nuestra juventud lo más posible con dietas, ejercicios, cirugías plásticas y mejunjes antiarrugas. De esa manera y sin darnos cuenta se engendra la cultura de la muerte.
La actividad sexual, que antes servía para transmitir la vida y unir a la pareja, hoy se ha cerrado a la vida y se practica por diversión o placer. Se repite con insistencia que todo es lícito y que hay que vivir el momento, que es un derecho de los jóvenes y los niños. De esa manera los hombres van por la senda de las enfermedades sexuales, la anticoncepción y el aborto. A los ancianos se les aparta y se les abandona. No queremos, en ellos, ver la muerte de cerca. Así se insinúa la tentación de legalizar la eutanasia. Se sueña con la pareja ideal, pero una vez que los esposos se dan cuenta de que el matrimonio no es una prolongada luna de miel, sino una lucha de todos los días, se quieren tirar por la ventana. Y la cultura de la diversión en que vivimos termina por sofocar toda vida espiritual.
Sí, nos hace falta ver la muerte más de cerca y aprender a morir. Sólo así podremos amar la vida y engendrar una cultura de la vida.
La muerte 3 El día de los muertos en Ciudad Juárez no es solamente una batalla de costumbres, en la que el juarense busca preservar su identidad mexicana frente a la celebración consumista de Halloween de sus vecinos. Es un combate por no perder una visión de la vida y de la muerte que nos transmitieron nuestros antepasados. Generaciones anteriores integraban constantemente la muerte en la vida. Se reverenciaba más a los difuntos y había más inquietud por el más allá.
Esta batalla por la identidad la pierden muchos migrantes que pasan por esta ciudad. Gente de Michoacán, Guanajuato, Oaxaca, Guerrero y otros estados del centro y sur del país, cuando se integran a la vida de Estados Unidos, se separan del contacto con las sabidurías tradicionales de sus pueblos. La muerte deja de ser familiar para ellos. En la sociedad norteamericana no se piensa en la muerte. La cultura del consumo la combate y la empuja lejos de la vida de las gentes. Allá se mira por encima del hombro a los pobres subdesarrollados, a quienes se les propone ser productivos. El ideal es avanzar económicamente para llegar a ser consumidores competentes y liberales agnósticos.
Preservemos el día de los muertos en México. Nos recuerda que tenemos una riqueza y una visión de la vida que nuestros vecinos, los güeros, no tienen. Nuestra sabiduría tradicional tiene más hondura que sus adelantos técnicos.
La cultura laicista y consumista nos dice que no hay Dios por el que vivir y morir y resucitar gloriosos; no hay exigencias morales a las que someterse, y que la vida sólo vale la pena mientras consumamos sus artículos para olvidar nuestra desesperanza. En las sociedades donde desaparecen los ideales religiosos, por los cuales las personas se entreguen hasta dar la vida por ellos, se abre el camino del asesinato y del suicidio. La gente muere en esos países porque desaparece la Verdad a la que deseen entregar sus vidas.
"Es cierto que la muerte está al final de cada camino -dice Fabrice Hadjadj-, pero sólo uno de ellos es digno, sólo uno es el camino de la Vida: el empinado, con baches y con un calvario plantado en la cima”. El que se desgasta por la alegría que viene.
La muerte 2 Antiguamente se hablaba frecuentemente de la muerte, tanto así que en las viejas bibliotecas abundaban las “preparaciones para la muerte”. Durante el Renacimiento se escribieron muchas obras sobre el arte de morir. Hoy la más popular es la de san Alfonso María de Ligorio, de venta en librerías católicas. Curiosamente en aquellos años las meditaciones sobre la muerte engendraban un amor a la vida y una cultura de la vida. Hoy se huye de la muerte, no se quiere hablar de ella. Queremos prolongar nuestra juventud lo más posible con dietas, ejercicios, cirugías plásticas y mejunjes antiarrugas. De esa manera y sin darnos cuenta se engendra la cultura de la muerte.
La actividad sexual, que antes servía para transmitir la vida y unir a la pareja, hoy se ha cerrado a la vida y se practica por diversión o placer. Se repite con insistencia que todo es lícito y que hay que vivir el momento, que es un derecho de los jóvenes y los niños. De esa manera los hombres van por la senda de las enfermedades sexuales, la anticoncepción y el aborto. A los ancianos se les aparta y se les abandona. No queremos, en ellos, ver la muerte de cerca. Así se insinúa la tentación de legalizar la eutanasia. Se sueña con la pareja ideal, pero una vez que los esposos se dan cuenta de que el matrimonio no es una prolongada luna de miel, sino una lucha de todos los días, se quieren tirar por la ventana. Y la cultura de la diversión en que vivimos termina por sofocar toda vida espiritual.
Sí, nos hace falta ver la muerte más de cerca y aprender a morir. Sólo así podremos amar la vida y engendrar una cultura de la vida.
La muerte 3 El día de los muertos en Ciudad Juárez no es solamente una batalla de costumbres, en la que el juarense busca preservar su identidad mexicana frente a la celebración consumista de Halloween de sus vecinos. Es un combate por no perder una visión de la vida y de la muerte que nos transmitieron nuestros antepasados. Generaciones anteriores integraban constantemente la muerte en la vida. Se reverenciaba más a los difuntos y había más inquietud por el más allá.
Esta batalla por la identidad la pierden muchos migrantes que pasan por esta ciudad. Gente de Michoacán, Guanajuato, Oaxaca, Guerrero y otros estados del centro y sur del país, cuando se integran a la vida de Estados Unidos, se separan del contacto con las sabidurías tradicionales de sus pueblos. La muerte deja de ser familiar para ellos. En la sociedad norteamericana no se piensa en la muerte. La cultura del consumo la combate y la empuja lejos de la vida de las gentes. Allá se mira por encima del hombro a los pobres subdesarrollados, a quienes se les propone ser productivos. El ideal es avanzar económicamente para llegar a ser consumidores competentes y liberales agnósticos.
Preservemos el día de los muertos en México. Nos recuerda que tenemos una riqueza y una visión de la vida que nuestros vecinos, los güeros, no tienen. Nuestra sabiduría tradicional tiene más hondura que sus adelantos técnicos.