miércoles, 14 de junio de 2017

De muchacho rebelde y ateo, a sacerdote

La Redención y sus efectos

Shane Sullivan es un hijo de familia irlandesa. Cuando tenía 15 años Shane decidió hacerse ateo, por rebeldía, para molestar a su profesor de religión. Pensaba que la fe católica estaba basada en un cuento de la Biblia que no había sido real, y que la fe nada tenía que ver son su vida.

Un día llegó a la parroquia de su pueblo el padre Bill Skerich, quien se hizo amigo de los jóvenes, y quien los animaba a enamorarse de Dios. Shane veía que sus amigos se hacían mejores personas debido a su relación con ese sacerdote, pero él tenía miedo de dejar sus diversiones para hacerse cristiano. Un día que no quiso ir al colegio, decidió ir a la parroquia. Llegó al templo que estaba vacío, y se sentó. Ni siquiera sabía orar. Al salir vio un cartel que lo invitaba a ir al seminario. “Yo puedo ser sacerdote” fue una idea que no lo dejó en paz.

Después de un proceso vocacional acompañado por un sacerdote, Shane decidió terminar la relación con su novia y entrar en el Seminario. Cuenta que rezando ante el Santísimo, cuando tenía ciertos temores por el sacerdocio, escuchó a Jesús decirle al corazón: “Si te estoy llamando a ser sacerdote, no te estoy llamando para hacerte infeliz”. A partir de ese momento el Señor le despertó –según cuenta él- un celo, una pasión y un deseo de entregarse más.

Debido al pecado original, los seres humanos tenemos dificultades para descubrir la verdad y hacer el bien. Le sucedió a Shane Sullivan durante su juventud y nos sucede también a nosotros. Sin embargo Dios le ofrece una medicina al hombre para salir de ese estado y darle salvación. La medicina de Dios se llama “Redención”. Este fármaco le devolverá al hombre su figura original y no sólo eso, sino que llevará al hombre hacia un estado más excelente. De ser un ateo rebelde, Shane Sullivan pasó a ser sacerdote.

Para sacar al hombre de su lamentable estado de pecado, ceguera e ignorancia, el Verbo de Dios tomó carne humana para redimir a la humanidad y reparar la culpa de Adán, es decir, el pecado original. Dios pudo haber perdonado al hombre su pecado, pero consideró mejor para el hombre, ponerlo en un estado para que él pudiera también reparar su culpa. Shane Sullivan, haciendo penitencia, pidiendo perdón por su rebeldía y sus pecados, hizo lo suyo para enmendar sus faltas.

Por Shane Sullivan quiso Jesucristo subir a la Cruz, en la cima del Calvario, para entregarse al sacrificio entero de sí mismo. Definitivamente el pecado de Sullivan no era proporcional a lo que hizo Jesús para repararlo. Por eso dice san Pablo: donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. (Rom 5,20).

Si Adán, Shane Sullivan y todos los hombres pecamos por desobediencia y soberbia, Jesús reparó con lo contrario: con obediencia y humildad, solamente por amor, hasta morir en la cruz. Y así como Adán fue arrastrado a la culpa por Eva, su mujer, en la Redención intervino otra mujer, la Nueva Eva, la Virgen María, la Inmaculada Madre del Redentor, para cooperar, aunque de manera secundaria, en la obra de la Redención. Detrás de la conversión de este sacerdote irlandés y de la conversión de los pecadores más obstinados, está la poderosa intercesión de la Madre de Dios, a quien llamamos 'Refugio de los pecadores'.

El Padre Celestial, que tiene un Hijo igual a sí mismo, nos lo dio y lo sacrifica por nosotros para devolvernos la vida perdida por el pecado: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Único para que todo el que crea en él tenga vida eterna” (Jn 3,16). El Hijo aceptó la misión que se le confió y su vida fue un continuo sacrificio que culminó en el Calvario, inspirado por el amor que nos tiene. Vivan en el amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios. (Ef 5,2)

Y para completar la obra de la Redención nos envió Jesús al Espíritu Santo, la tercera Persona de la Trinidad, amor del Padre y del Hijo, para derramar la gracia divina en nuestros corazones y las virtudes, especialmente la caridad, para que podamos gozar de su presencia, sus dones y su persona. (Rom 5,5).

Shane Sullivan, además de haber sido redimido por Cristo, tuvo de Dios lo que se llaman ‘gracias actuales’, es decir, ayudas divinas que mueven la inteligencia, la voluntad, los propósitos de ser mejores. Fue la llegada de un sacerdote que hizo amistad con los jóvenes de la parroquia, fue un letrero que invitaba a ir al Seminario, fueron los consejos de sacerdotes y la oración, lo que movió el corazón de Sullivan para convertirse y entregar su vida al sacerdocio.

¿Es un santo Shane Sullivan? Por supuesto que no. Sin embargo la redención traída por Cristo le ha dado la fuerza para vencer sus pasiones desordenadas, para crecer en la humildad, para vivir más vigilante para no caer en tentación y vivir siguiendo al Señor.

La Redención nos ha traído innumerables gracias a todos. Por ella se nos perdonaron los pecados, experimentamos a un Jesús que está vivo y nace la esperanza de alcanzar la vida eterna. Como Shane Sullivan, nosotros también podemos alcanzar todas las gracias que necesitamos para llegar un día a la Casa del Padre. Gocémonos pues, con tener a Jesucristo como nuestro redentor y pongamos en él toda nuestra confianza.

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