miércoles, 10 de mayo de 2017

Meditación no. 16 contra los pecados de la carne

El Santísimo Sacramento
(Rosemary Scott)

Nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado. Así que, celebremos la fiesta, no con vieja levadura, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de pureza y verdad (1Cor 5,7-8).



Oración: Oh Pan sagrado, Pan viviente, Pan puro, tú que has bajado del cielo y das la vida al mundo, ven a mi corazón y límpiame de toda profanación de la carne y el espíritu. Entra en mi alma; sáname y límpiame por dentro y por fuera; sé mi custodio y mi constante salud de alma y cuerpo.

En la primera meditación aprendimos que Jesús es el verdadero Pan del Cielo, el que satisface nuestra hambre espiritual. Así como el alimento físico nutre nuestros cuerpos y nos fortalece contra las enfermedades, así también nuestro Señor en la Eucaristía fortalece nuestras almas y preserva nuestra salud espiritual. El Santísimo Sacramento es también una santa Medicina para nuestras almas enfermas de pecado, que nos limpia de pecados veniales pasados y nos fortalece contra la tentación de cometer pecados mortales en el futuro. Muchos grandes santos reconocieron que la Eucaristía somete nuestras pasiones desordenadas (concupiscencia), y por eso recomendaron la frecuente recepción de la Sagrada Comunión, como un remedio poderoso contra los pecados de la carne:

Si sientes el ansia de la incontinencia, aliméntate con la Carne y la Sangre de Cristo, quien en su vida en la tierra practicó un autocontrol heroico, y obtendrás la templanza… si sientes abrasado por la fiebre de la impureza, acude al banquete de los Ángeles; y la carne inmaculada de Cristo te volverá puro y caso (San Cirilo de Alejandría).

La devoción al Santísimo Sacramento y la devoción a la Santísima Virgen no sólo son la manera más simple, sino la mejor manera y la única para mantener la pureza. A la edad de veinte años nada, sino la Comunión, pueden mantener el corazón limpio… La castidad no es posible sin la Eucaristía (San Felipe Neri).

Leemos en el Evangelio que cuando Jesucristo fue a la casa de Pedro, éste pidió a Jesús que curara a su suegra que estaba enferma de una violenta fiebre. Jesucristo mandó a la fiebre que saliera de ella, y al instante fue curada, y se puso a servirles en la mesa. La fiebre, dice san Ambrosio, es nuestra avaricia, nuestra ira, nuestra sensualidad. Estas pasiones hierven en nuestra carne, y agitan el alma, el espíritu y los sentidos. Pero tienen su remedio en la Santísima Eucaristía, el alimento y la fuerza del alma cristiana. Demos gracias a nuestro Señor por este don sanador y santificante…

La preciosa Sangre de Jesucristo que corre por nuestras venas, y su adorable Cuerpo que se funde con el nuestro, no puede menos que destruir, o al menos disminuir enormemente la atracción hacia los placeres prohibidos que el pecado de Adán ha dejado en nosotros… un corazón que está por recibir a Dios, quien es tan puro y quien es la santidad misma, ¿no sentirá que nace en él un invencible horror a todos los pecados de impureza, y no preferiría ser cortado en pedazos en vez de consentir malos pensamientos? Una lengua que hace poco tiempo había estado feliz de recibir a su Creador y Salvador, ¿podría atreverse a proferir palabras llenas de lujuria o a terminar en besos sensuales? Sin duda, nunca se atrevería a obrar así. Los ojos que ahora desean ardientemente contemplar a su Creador, quien es más puro que los rayos del sol, ¿podrían hallar felicidad mirando objetos indecentes? Eso parece ser imposible (San Juan María Vianney, el Santo cura de Ars).

Como dice el texto de la Escritura citado al principio de la meditación, Cristo es nuestro Cordero Pascual. Recuerda que los israelitas pasaron de la esclavitud de Egipto a la libertad después de haber asado y comido el cordero, y de haber rociado con su sangre los dinteles de las puertas de sus casas. De manera análoga nosotros pasamos de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios cuando comemos la Carne y bebemos la Sangre del Cordero de Dios en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, nuestra cena pascual.

Podrás pensar: “Pero hemos recibido la Comunión cientos o miles de veces anteriormente, y seguimos cometiendo pecados contra la castidad”. Querido amigo, la gracia de superar el pecado siempre ha estado ahí. Así como sucede con todas las gracias de la Eucaristía, uno no sabe pedirlas, o no tiene las disposiciones correctas para recibirlas. Pide al Señor ahora la gracia de tener una correcta disposición, porque El quiere liberarte de la cautividad del pecado.

Es una creencia piadosa que nuestras oraciones en Misa son más fuertes en la Consagración, particularmente en el momento en que el sacerdote eleva la Hostia y el Cáliz. Es cuando Cristo, en la persona del sacerdote, se ofrece a Sí mismo al Padre. Si unimos nuestras peticiones con su preciosísimo ofrecimiento, éstas se vuelven particularmente eficaces.

Muchos santos nos dicen que el tiempo que gastamos en orar después de recibir a nuestro Señor es también muy valioso. San Alfonso escribe:

Para obtener más frutos abundantes de la comunión, debemos de hacer una ferviente acción de gracias. El padre Juan de Ávila dijo que el tiempo después de la Comunión es “un tiempo para ganar tesoros de gracias”. Santa María Magdalena de Pazzi decía que no hay mejor tiempo para inflamarnos con el amor divino que el tiempo inmediatamente después de nuestra Comunión. Y santa Teresa decía: “Después de la Comunión tengamos cuidado de no perder tan buena oportunidad para negociar con Dios. Su Divina majestad no está acostumbrada a pagar mal por su Hospedaje, si se encuentra con una buena recepción”.

Así pues, durante la Consagración y nuevamente después de recibir la Comunión, pide a nuestro Señor en la Eucaristía que te conceda la gracia de tener un corazón limpio, fortaleza contra la tentación, y cualquier otra cosa que necesites. Te puede ayudar la oración de acción de gracias para después de la Misa, compuesta por santo Tomás de Aquino:

Gracias de doy, Señor Santo, Padre todopoderoso, Dios eterno, porque a mí, pecador, indigno siervo tuyo, sin mérito alguno de mi parte, sino por pura concesión de tu misericordia, te has dignado alimentarme con el precioso Cuerpo y Sangre de tu Unigénito Hijo mi Señor Jesucristo. Te suplico que esta Sagrada Comunión no me sea ocasión de castigo, sino intercesión saludable para el perdón; sea armadura de mi fe, escudo de mi voluntad, muerte de todos mis vicios, exterminio de todos mis carnales apetitos, y aumento de caridad, paciencia y verdadera humildad, y de todas las virtudes: sea perfecto sosiego de mi cuerpo y de mi espíritu, firme defensa contra todos mis enemigos visibles e invisibles, perpetua unión contigo, único y verdadero Dios, y sello de mi muerte dichosa. Te ruego que tengas por bien llevar a este pecador a aquel convite inefable, donde Tú, con tu Hijo y el Espíritu Santo, eres para tus santos luz verdadera, satisfacción cumplida, gozo perdurable, dicha consumada y felicidad perfecta. Por el mismo Cristo Nuestro Señor. Amén.

Propósito: La próxima vez que recibas a nuestro Señor, pídele que deje que esta Comunión sea tu Pascua personal, de la esclavitud de la impureza a la santa libertad. Toma tiempo después de la Comunión para pedir a tu Huésped divino todas las gracias que necesitas para superar el pecado y acercarte más a Él. Continúa con tus propósitos anteriores.

San Juan Bautista María Vianney, el Cura de Ars, ruega por nosotros.

Mide tu progreso: desde que hice la última meditación,

Cuántas veces:

a. Deliberadamente me toqué impuramente al despertar

_____0 _____1 _____2 ­­­_____3 o más veces

b. Deliberadamente vi fotografías o películas indecentes

_____0 _____1 _____2 ­­­_____3 o más veces

c. Cometí actos impuros solo o con otras personas

_____0 _____1 _____2 ­­­_____3 o más veces

d. Deliberadamente me deleité en pensamientos impuros

_____0 _____1 _____2 ­­­_____3 o más veces

e. ¿Cuándo fue la última vez que fui a la Confesión? __________________

f. ¿Cuándo fue la última vez que asistí a la Santa Misa?________________

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