martes, 11 de abril de 2017

Confesionario sin absolución: soy católico y me fascinan los tatuajes

Pregunta: Padre, tengo 25 años y fui servidor de una parroquia. Me alejé de la Iglesia y empecé a ponerme tatuajes en mi cuerpo. Ya llevo siete. Ahora que quiero regresar a la Iglesia no me atrevo porque sé que la Iglesia no acepta los tatuajes y a mí me siguen gustando mucho. ¿Qué puedo hacer?

Padre Hayen: atrévete a regresar a la Iglesia, muchacho. En las parroquias en que me ha tocado servir como sacerdote han llegado muchos jóvenes tatuados. Unos son católicos de tradición, otros llegaron recién convertidos, muchos llegaron con dudas de fe, otros, de plano, rayaban en el ateísmo, algunos más se acercaron con ideas de la nueva era y otros vinieron cargados de malas experiencias en la familia. He recibido también jóvenes que estuvieron en las drogas. He visto de todo un poco: pelos largos, rockeros heavy metal, pantalones a la cadera, cabezas rapadas, tatuajes y piercing. Y si así los recibimos con tanta alegría, ¿por qué tú tendrías que ser la excepción?

Tus siete tatuajes no son un motivo para que Dios te rechace, ni la Iglesia tampoco. Al contrario, la Iglesia es una barca en la que todos cabemos. Te lo digo porque sé que estás buscando un punto de referencia en tu vida y también la felicidad. Nosotros, en la Iglesia, tenemos una propuesta buenísima para ti. Te aseguro que no te pondremos el requisito de que tengas que hacer desaparecer tus tatuajes para ser miembro de una parroquia.

Debo confesarte que, personalmente, los tatuajes no me agradan. No porque se vean feos o bonitos, sino porque creo que el cuerpo humano me parece bello al natural, tal como Dios lo creó. El cuerpo del hombre, obra cumbre de la creación, no necesita de adornos para ser más bello. El león se ve hermoso con su melena, los toros bravos con sus cuernos a modo de puñales y la zebra con sus rayas negras. Admiro y respeto las obras de la creación de Dios. Pero esta es mi opinión con la que puedes, o no, estar de acuerdo, y tus tatuajes no impedirán que podamos llevarnos bien y hasta ser amigos.

Por más que adornes tu cuerpo con tatuajes, al final de la vida tendrás que dejarlos todos. Son provisionales. Con la muerte, tu cuerpo empezará su disolución hasta reducirse a cenizas, y allí terminarán tus tatuajes. Por más que los imprimas en tu piel, no podrás llevarlos a la eternidad. Si san Pío de Pietrelcina, quien llevó en su cuerpo las marcas de los clavos de Cristo durante 50 años (y no eran tatuajes sino dones místicos que Dios le dio), éstas desaparecieron el día de su muerte, con mayor razón las personas tatuadas no podrán resucitar con sus signos y dibujos, en la resurrección del último día, así como tampoco llevaremos eternamente frenos en los dientes ni prótesis en las rodillas. Cristo Jesús hará resurgir del polvo a nuestros cuerpos con nuevas propiedades, a semejanza del cuerpo resucitado del Hijo del Hombre.

En la Iglesia católica encontrarás tatuajes espirituales que no desaparecen. Son invisibles y los recibimos en los sacramentos. Todo católico está tatuado en su alma con la marca que le imprimió el Bautismo, la cual es imborrable. Lo mismo quienes reciben la Confirmación. Yo tengo, además de los anteriores, otro tatuaje más en el alma, porque fui ordenado sacerdote hace 16 años. Esas marcas son imborrables y nos acompañarán para la eternidad.

El único ser humano que entró en la eternidad marcado en su cuerpo fue Jesucristo. Él no se hizo tatuajes, pero los clavos y la lanza que lo traspasaron el Viernes Santo le dejaron heridas imborrables para la eternidad. Así se apareció a Tomás cuando le dijo "trae acá tus dedos y mételos en los agujeros de los clavos". Pero esas marcas son las prueba de que Jesús te ama con amor infinito. Cuando estés un día en su presencia divina Él te mostrará esas marcas. Son la prueba eterna del amor de Jesucristo por ti.

En la medida en que te vayas adentrando en el conocimiento del misterio de la vida de Jesucristo, irás descubriendo el valor tan especial que tiene el cuerpo humano. Te darás cuenta de que ninguna religión en la historia tiene tan alto aprecio por el cuerpo del hombre y de la mujer, como el cristianismo. El cuerpo es vehículo por el que el alma se expresa, y la resurrección de Jesucristo con su cuerpo glorioso, revela la plenitud de la dignidad de nuestros cuerpos. Entonces podrás decidir si sigues poniéndote tatuajes o no. Mientras tanto siéntete bienvenido a la Iglesia y empieza a construir una amistad profunda con el Señor. Su Espíritu te guiará por el camino del conocimiento de sus misterios. Dios te bendiga. San Miguel te defienda.

(Las confesiones con absolución se dan en las parroquias; aquí sólo consejos y sin revelar nombres. Puedes escribir, de manera breve, en un mensaje privado a mi cuenta de Facebook/Messenger : Eduardo Hayen Cuarón; o en Twitter: @padrehayen)

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