Es curioso. Nunca imaginé que el comentario sobre la película 'Maléfica' fuera a despertar tan encontradas reacciones. Simpatías y comunión, por una parte; odio e insultos a mi persona, por otra (estos comentarios tuve que borrarlos). Los más suaves no me bajaron de fanático. Pienso en aquellos primeros mártires cristianos del Imperio romano. Eran personas aborrecidas por la mayoría. Los consideraban seguidores de una perniciosa superstición cuyo origen era el nombre de Cristo, según relata el historiador Tácito en sus Anales.
A aquellos odiados primeros cristianos les fue muy mal en el año 64, cuando Nerón incendió la ciudad de Roma para hacer su proyecto urbanístico. Los apresaron y los hicieron pasar por los más atroces tormentos que la imaginación de la época podía diseñar: "A unos vestían de pellejos de fieras, para que de esta manera los despedazasen los perros; a otros los ponían en cruces; a otros echaban sobre grandes rimeros de leña a los que pegaban fuego para que, ardiendo con ellos, sirviesen de alumbrar en las tinieblas de la noche".
Lo que ocurría en el corazón de aquellos primeros valientes hombres y mujeres sigue ocurriendo en el corazón de muchos cristianos que queremos ser fieles a Jesús y a nuestra santa Iglesia católica. A menudo nos hallamos entre una dramática lucha entre temores humanos y una valentía que nos viene de lo Alto, entre la soledad humana y la experiencia de sentir cercano a Dios, a los ángeles y a los santos.
Son pocos quienes hoy derraman su sangre en nuestros países del mundo desarrollado, pero somos muchos quienes a menudo experimentamos la incomprensión, el ridículo y el odio. Que Jesús nos dé siempre su fortaleza para denunciar la presencia del Maligno, y para responder como Jesús a Pedro según la leyenda de Quo Vadis Domine (¿A dónde vas, Señor?): "Romam vado iterum crucifigi" (Voy hacia Roma para ser crucificado de nuevo).
A aquellos odiados primeros cristianos les fue muy mal en el año 64, cuando Nerón incendió la ciudad de Roma para hacer su proyecto urbanístico. Los apresaron y los hicieron pasar por los más atroces tormentos que la imaginación de la época podía diseñar: "A unos vestían de pellejos de fieras, para que de esta manera los despedazasen los perros; a otros los ponían en cruces; a otros echaban sobre grandes rimeros de leña a los que pegaban fuego para que, ardiendo con ellos, sirviesen de alumbrar en las tinieblas de la noche".
Lo que ocurría en el corazón de aquellos primeros valientes hombres y mujeres sigue ocurriendo en el corazón de muchos cristianos que queremos ser fieles a Jesús y a nuestra santa Iglesia católica. A menudo nos hallamos entre una dramática lucha entre temores humanos y una valentía que nos viene de lo Alto, entre la soledad humana y la experiencia de sentir cercano a Dios, a los ángeles y a los santos.
Son pocos quienes hoy derraman su sangre en nuestros países del mundo desarrollado, pero somos muchos quienes a menudo experimentamos la incomprensión, el ridículo y el odio. Que Jesús nos dé siempre su fortaleza para denunciar la presencia del Maligno, y para responder como Jesús a Pedro según la leyenda de Quo Vadis Domine (¿A dónde vas, Señor?): "Romam vado iterum crucifigi" (Voy hacia Roma para ser crucificado de nuevo).