miércoles, 13 de marzo de 2024

El catolicismo y la carne


El aspecto más distintivo del cristianismo sobre otras religiones es la encarnación de Dios en la raza humana. Las demás religiones se escandalizan del hecho de que Dios, en la persona del Verbo, haya asumido la carne. A diferencia de los templos católicos donde veneramos las imágenes de los santos, el islam, por ejemplo, no admite en sus mezquitas ninguna figura humana; los musulmanes representan la trascendencia de Alá con figuras geométricas. Para ellos afirmar que Jesús es Dios es decir una blasfemia.

Los gnósticos y las religiones orientales tampoco creen que la encarnación es posible. Piensan que Jesús es sólo un maestro, un iluminado, un yogui. Ven al cuerpo humano como la cárcel del alma. A través de una serie de reencarnaciones, el hombre debe hacer lo posible para liberarse de esas ataduras de la materia y fundir su alma en la conciencia cósmica universal, y alcanzar el nirvana.

Los cristianos protestantes y evangélicos, aunque creen en Jesucristo como Dios, tampoco toman en serio el misterio de la encarnación. Para ellos sólo la fe y la Biblia son los principios de la salvación, pero Dios nada tiene que ver con la materia de los sacramentos o con las imágenes. A los católicos nos acusan de idólatras por besar el altar, adorar la Hostia consagrada, ungirnos con óleos o creer en el poder espiritual del agua y de la sal bendita. Rechazan toda manifestación de Dios en la materia y así desfiguran el cristianismo, convirtiéndolo en una especie de gnosis bíblica, en un dualismo que separa el cuerpo del alma.

Lo más bello de nuestra espiritualidad cristiana-católica es reconocer justamente el amor que tiene Dios a la carne, y cómo la carne fue –y sigue siendo– vehículo para que Dios nos participe de su misma vida divina, y así santificarnos y salvarnos. Para el católico la carne es buena, pues "todo lo hizo bueno" (Gen 1,31). Y si el Verbo se hizo carne, nosotros, inspirados por Dios, confesamos a Cristo manifestado en la carne (1Jn 4,2); de lo contrario, el Espíritu de Dios no está en nosotros.

La separación del alma y del cuerpo es evidente en el mundo después de la revolución sexual que empezó en el siglo XX. El sexo comenzó a ser visto y tratado como mero objeto de placer, como actividad recreativa y lúdica. La pornografía, la fornicación, la prostitución, el voyeurismo y otros pecados como la fecundación in vitro o la renta de vientres, hacen esta separación. El cuerpo puede realizar actividades sexuales que son independientes del alma, y que no tienen por qué ser pecado; pero sabemos que este dualismo desemboca en la muerte, como lo enseña la evidencia.

El diablo quiere distorsionar la bondad de la creación, y quiere que veamos la carne o la materia como enemiga de Dios. Satanás se ha encargado de torcer y distorsionar todo lo que Dios hizo bueno; quiere que vivamos una vida en la que separemos el alma del cuerpo. Pero cuando el cuerpo y el alma se separan se produce la muerte. Ese es el propósito del Enemigo: llevarnos a la muerte. ¡Cuántas personas le dieron a su cuerpo todas las experiencias placenteras que quisieron y lo pagaron con una muerte prematura!

Nuestra cultura se ha quedado ciega para valorar bien el cuerpo y el sexo; no permite descubrir toda su belleza y valor. La solución a la confusión imperante en un mundo sobresaturado de sexo, y a los graves problemas de identidad sexual que están afectando a niños y jóvenes, no radica en el rechazo al cuerpo sino en la redención del cuerpo. Si el diablo está distorsionando la bondad de la creación, incluidos el cuerpo y el sexo, Cristo Jesús viene a hacer que todo recupere su gloria, su esplendor y su valor. En Cristo aprendemos a vivir una vida integrada de alma y cuerpo.

Es hermoso ser cristianos católicos. Tenemos en Cristo –encarnado, muerto y resucitado–, una visión muy positiva de la materia, de la carne y de la sexualidad, que se vuelven, en Él, vehículo para nuestra salvación.

martes, 5 de marzo de 2024

Muerte de Francia


El gobierno francés legaliza el aborto en la Constitución. Es un hecho gravísimo. Así Francia se convierte en el primer país democrático en consolidar el inexistente derecho al aborto en su Carta Magna. Existían leyes del aborto –como existen en muchos países–, pero plasmarlo en la Constitución consolida esta práctica criminal como un valor fundamental de la nación. El aborto pasa a ser parte del alma nacional, por lo que difícilmente los médicos podrán objetar en su conciencia para no practicarlo. Es simplemente demoníaco.

Los ideales de la Revolución Francesa –libertad, igualdad, fraternidad– han quedado pervertidos. La libertad nunca será posible cuando se consolida la maldad en los usos, costumbres y leyes de un pueblo. Una nación es libre cuando el bien se custodia y se promueve. Matar a un inocente jamás será un acto libre sino un inmensamente egoísta, un acto propio de los esclavos del mal.

Francia acabó con su ideal de igualdad. Las personas no nacidas tienen un trato desigual que los nacidos, trato profundamente injusto porque no se les respeta el derecho básico a la vida. Los franceses de primera clase –los nacidos– son quienes deciden si viven o mueren las personas consideradas de segunda clase, que son los embriones. Así el país se convierte en una tiranía donde regresa la siniestra práctica de la guillotina, pero ahora en el vientre materno.

¿Cuál fraternidad entonces? El no nacido deja de ser un hermano o un ciudadano cuya vida hay que respetar y promover. "Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo", dijo el Señor a Caín. ¿Qué han hecho los franceses al introducir el aborto en su Constitución? Mataron los ideales de la Revolución y cayeron en el punto más bajo de su historia.

Hubo un aplauso de dos minutos de la clase política que aprobó la decisión; salieron las feministas a hacer festejos efusivos en las calles y hasta la torre Eiffel se iluminó de manera especial para glorificar el pecado, como reconocimiento a las mujeres. Mientras que la fiesta abortista cunde por todas partes, la cólera de Dios se va hinchando contra el pueblo francés.

Cuando Moisés estaba con Dios en el monte Sinaí, el pueblo de Israel, impaciente, se fabricó un becerro de oro. La gente festejaba eufórica creyendo que ese becerro era el que los había sacado de la esclavitud de Egipto. Cuando Moisés regresó al pueblo, viendo la infamia, arrojó las tablas de la Ley sobre los hebreos, pulverizó el ídolo y se los dio a beber como castigo.

El término "cólera de Dios" no se utiliza para describir los sentimientos de furia o ira de Dios por el pecado de los pueblos. La Biblia utiliza esa expresión para hacer referencia a las consecuencias de los pecados de la humanidad. Los franceses han dejado de ser un país donde brilla la esperanza, la caída de la natalidad está en su máximo descenso y las nuevas generaciones no alcanzan a reemplazar a las viejas.

Mientras tanto, la cultura islámica ha ido creciendo lentamente en el suelo francés. Son millones de inmigrantes que hoy pueblan ese país. Basta recorrer las calles de París o subirse al metro para darse cuenta de que Francia ya no es Francia. Es un país que está siendo entregado a otros pueblos. La consolidación del derecho al aborto en la Constitución hará, paulatinamente, más trágica su situación. Esta es la ira de Dios.

Oremos por ese país y, sobre todo, por la Iglesia católica francesa, esa minoría que lucha por vivir su fe y ser fiel a Jesucristo en medio del ateísmo agresivo y del islam que va multiplicándose. Oremos también para que el tumor maligno del aborto legal no haga metástasis en nuestros países. 

Se decía en la Revolución Francesa: "Libertad, Igualdad, Fraternidad o la muerte". Eliminaron a Dios como el fundamento de esos ideales hasta que finalmente también los perdieron, y ahora van muriendo lentamente.



miércoles, 28 de febrero de 2024

Visita al zoológico


He visitado estos días San Diego California, donde vine a tomar un descanso. Como tengo afición a los museos de historia natural y a lo que tenga que ver con la naturaleza, no podía dejar de visitar el Zoológico de San Diego, que es uno de los más grandes e importantes del mundo. El parque es un lugar fenomenal que conserva más de cuatro mil ejemplares de 800 especies de animales traídos de todo el planeta en un área de 40 hectáreas, donde también se conservan más de 700 mil plantas exóticas.

San Diego Zoo no solamente cuida y exhibe los animales en ambientes semejantes a los de sus habitats naturales, sino que participa en la preservación de especies que están en grave peligro de desaparecer, como el rinoceronte blanco o el león africano que, debido a la caza clandestina, ven amenazada su supervivencia en el planeta. El zoológico además participa en proyectos en países africanos para preservar las especies en vías de extinción.

Los zoológicos, en general, son lugares que no solamente cuidan la fauna silvestre, sino que salvan la vida humana del caos al que nos quieren conducir las ideologías que hacen de los animales, ídolos. Estos parques, así como Sea World y otros lugares donde podemos admirar las maravillas de la creación, tienen la función de recordarnos que los seres humanos no somos bestias, sino que somos administradores de la naturaleza visible y que tenemos una responsabilidad con ella.

El animalismo prospera en una civilización que desprecia al hombre. Quienes adoran la fauna y el planeta quisieran que la población humana se redujera al máximo, y que la Tierra regresara a un estado de naturaleza salvaje ya que, según esta cosmovisión, somos los seres humanos el coronavirus de la creación. Las ideologías animalistas son una forma de nihilismo –filosofía que niega que la vida tenga sentido– que clasifica a todas las especies vivas en el mismo nivel de importancia.

Mi visita al Zoológico de San Diego me ha recordado que no es el león el rey de la selva, sino el hombre, rey de toda la creación, que ocupa un puesto abismalmente más alto en la jerarquía de los seres. El animalismo ensalza a las bestias y rebaja al ser humano sembrando el caos; una visión antropológica inspirada en el cristianismo eleva al hombre a la dignidad de hijo de Dios con una alta responsabilidad: cuidar y administrar el jardín que Dios le encomendó como don y tarea.

En el zoológico hay muchas explicaciones sobre las fieras y la flora que ahí se salvaguardan; se hacen investigaciones científicas y se trazan acuerdos de cooperación con organismos de otros países para custodiar la naturaleza. Todo ello no es sino un destello, una manifestación de la inteligencia divina, del lenguaje y la razón –el Logos– que ordena la creación según un propósito trascendente y que, en lenguaje cristiano, no es otro sino el Verbo eterno de Dios.

Gracias al cristianismo podemos reconocer la diferencia entre los hombres y los animales. Sin el pensamiento cristiano sería difícil para nosotros ubicarnos dentro del universo. Hoy el animalismo y el antiespecismo quieren borrar toda diferencia y propagar, ciegamente, que ser hombre o ser una cebra es lo mismo. Este es el verdadero oscurantismo del siglo XXI.

miércoles, 21 de febrero de 2024

Sujeción diabólica



En los últimos días he seguido las noticias sobre una mujer a quien apodan la "Chely". Ella tiene 22 años de edad y es altamente peligrosa, pues ha tenido una participación muy activa en el narcotráfico fronterizo México-Estados Unidos. Hace unos días, autoridades norteamericanas la arrestaron en El Paso Texas, no sólo por delitos de tráfico de drogas, sino por estar involucrada en una serie de escalofriantes homicidios en México.

Lideresa de un grupo criminal al servicio del cártel 'Artistas Asesinos', la Chely se ha distinguido por su brutalidad extrema en asesinatos en grupo, desmembramiento de los cuerpos y extracción de lenguas y corazones, para ofrecerlos en el altar de la "santa muerte". Estos abismos de maldad insólita nos hacen preguntamos porqué. ¿Qué ocurre en la vida de personas como la Chely para que se conviertan en monstruos temibles?

¿Podemos decir que los actos de brutalidad extrema se deben solamente a trastornos mentales que padecen algunas personas? Si es así, entonces debería ser suficiente brindarles terapias psicológicas o fármacos para que dejen de ser malas o, al menos, no causen daño. Sabemos que eso no basta. Para abordar el problema de la violencia absurda que padecemos en México debemos ir a la raíz del mal, y reconocer que, más allá de problemas familiares y sociológicos, se trata de un enigma teológico.

Muchas personas han dejado de creer en la existencia de los ángeles caídos. En la teología protestante liberal prácticamente no se cree; pero aún en ámbitos católicos se ha rechazado su existencia como seres reales operantes en el mundo. El cardenal Walter Kasper, por ejemplo, ha afirmado que los demonios son seres mitológicos del mundo de la Biblia; Herbert Haag también los niega al afirmar que se trata de un fenómeno cultural y que, más bien, se identifican con el pecado. Son varios los teólogos que enseñan –en contradicción con el Magisterio de la Iglesia– que el demonio es sólo un símbolo del mal, pero que no se trata de un ser personal.

La Iglesia, basándose en la Biblia, la Tradición y el Magisterio, siempre ha creído en la existencia Satanás como ser personal, "pervertido y pervertidor", como lo describió san Pablo VI. Si bien el Antiguo Testamento es abundante al hablar de los ángeles, al diablo casi lo margina; y aunque la Revelación es clara sobre su existencia en el relato de la caída en el libro del Génesis, será hasta después del exilio en Babilonia, cuando se hable de Satanás como criatura (Sab 2,23-24), pero bajo el dominio total de Dios (Jb 1,6-12; 2,1-7).

En cambio el Nuevo Testamento revela plenamente al existencia del ángel caído, mencionándolo más de 180 veces (Lc 10,18; Jn 8,44; Mt 25,41; 2Pedro 2,4; Jd 6). Los Santos Padres de la Iglesia jamás pusieron en duda la existencia de los demonios, y siempre enseñaron sobre su naturaleza y su acción. La verdad del demonio en el Magisterio es tan evidente que, si bien nunca se proclamó como dogma, varios concilios hablaron de su ser y su actividad, especialmente el Concilio IV de Letrán. Vaticano II se refiere a él en varios de sus documentos.

A pesar de que haya obispos, sacerdotes y teólogos que niegan la existencia de Satanás y sus ángeles, como católicos fieles a las enseñanzas de la Iglesia hemos de creer que estos seres existen y obran en la tierra. El reino de las tinieblas que los demonios crearon a partir de su rebelión a Dios, nos hace comprender mucho mejor la Redención traída por Jesucristo y la instauración del Reino de Dios. De otra manera no se entendería la obra salvadora del Señor.

Mientras dura nuestra permanencia en el tiempo no podemos ver a Dios cara a cara, ya que Dios es espíritu puro; pero sí podemos verlo reflejado en sus criaturas, pues estas son un destello de sus perfecciones: "los cielos proclaman la gloria de Dios, el firmamento anuncia la obra de sus manos" (Sal 19,2). Podemos percibirlo, sobre todo, en la vida de los santos, "ya que estamos rodeados de una verdadera nube de testigos" (Heb 12,1).

Al diablo tampoco podemos verlo directamente porque se trata de un ángel caído, espíritu también. Sin embargo lo podemos percibir en las almas oscuras, errantes, esclavas de su perversión. A veces los grados de maldad a los que pueden llegar algunos individuos es tal, que nos lleva a intuir la presencia de un espíritu ajeno y opuesto a Dios que opera en esas personas, manteniéndolas sujetadas a sus cadenas. Al diablo no lo encontraremos en los libros, sino en las almas, lugar en el que trabajan.

La sujeción diabólica es el sometimiento más o menos explícito de una persona al demonio por medio del pecado. Esta sujeción llega a ser extraordinaria cuando el demonio tiene dominio moral totalitario sobre toda la actividad de las facultades superiores –inteligencia y voluntad– porque la persona se la ha ofrecido, como es el caso de la Chely y de muchos otros pandilleros y narcos. Aunque los demonios no obligan a nadie a pecar, las personas que pactan libremente con el mal sí pueden ser influidas en sus facultades por el enemigo, a tal grado que les es sumamente difícil abstraerse. Es necesario un milagro de la gracia para resucitarlos a una vida nueva y ponerlos en ruta de la conversión.

La Chely y su pandilla han sido adoradores de la muerte ofrendándole corazones y lenguas humanas. Es un ejemplo claro de sujeción diabólica. Esa sujeción es lo que los demonios quisieran lograr a través de todas sus acciones en las vidas de los hombres. Las personas que viven en pecado mortal, sin remordimiento de conciencia, son aquellos que corren mayor peligro de quedar sujetados, en mayor o menor grado, a estas tenebrosas y hercúleas cadenas. Que nuestra súplica por nuestra salvación y la de todos, llegue hasta Dios.

martes, 13 de febrero de 2024

La eutanasia de Paola Roldán




¿Vale algo la vida de Paola Roldán, de 43 años de edad, con el 95 por ciento de su cuerpo paralizado y después de años de cientos de cirugías que no han dado resultado? Entre tantos sufrimientos físicos que la atormentan, ¿tiene su vida alguna cotización, o es que sólo valía cuando era una mujer productiva?

Antes de su progresiva enfermedad ella pudo viajar, según se aprecia en fotos publicadas en redes sociales en las que se muestra frente al Taj Mahal en la India. Todo parecía que aquella sí era vida. Paola misma declaró que ha vivido "una vida plena". Pero desde que apareció la maldita enfermedad, y ahora que su cuerpo desfallece en una cama y con asistencia las 24 horas, ¿su vida se quedó sin plenitud y se desplomó su valor? Ante una vida considerada indigna para un ser humano, la muerte se vislumbra como la única solución.

El gobierno de Ecuador despenalizó la eutanasia el pasado 7 de octubre. La Corte falló a favor de Paola Roldán luego de escuchar su petición de que se le concediera tener una "muerte digna" debido a sus tormentos por la esclerosis lateral amniotrófica.

Con esta decisión de los magistrados aparecen los miedos y el espanto de una sociedad que mide el valor de la vida por el grado de bienestar, belleza física, productividad y placer que sus miembros pueden obtener. Y cuando estos parámetros desaparecen, entones se descubre el lado horrendo de la existencia y se manifiesta la tentación de querer controlar la muerte, anticipándola.

Sin duda, los argumentos de Paola son dramáticos: “No hay medida paliativa que me permita transitar los dolores emocionales. El dolor de saber que todos mis sueños han sido mermados. El dolor de tener a mi hijo acostado a mi lado con fiebre y no poder extender mi mano dos centímetros para tocarle la frente. Díganme ustedes qué cuidado paliativo sirve cuando semana a semana soy testigo consciente de cada facultad que voy perdiendo”, relató ella misma.

Cuando las élites globalistas y los gobiernos que las apoyan quieren legalizar la cultura de la muerte, utilizan la estrategia de conmocionar al pueblo con casos extremos y trágicos. Para despenalizar el aborto la gente debe quedar estremecida por alguna niña de nueve años que fue violada por pandilleros, quedó embarazada y ahora su vida corre peligro. Esta misma maniobra se aplica para legalizar la eutanasia: se mediatiza un caso dramático como el de Paola Roldán para que el pueblo se sensibilice, y con esta manipulación de la opinión pública la mayoría termina aceptando la "muerte digna".

No es la capacidad de viajar, producir y consumir donde se deriva nuestra grandeza. Llegamos a ser magnánimos por la capacidad de amar, de combatir y de sufrir por Dios, por la patria y por los demás. Si Dios permite a sus hijos pruebas de todo tipo es porque de ello se deriva un bien para nosotros que, quizá, no podemos verlo de inmediato.

Los héroes y los santos se forjaron en las batallas. El valor nos ennoblece; somos más hombres cuando sabemos acometer y resistir en medio de las tormentas cotidianas o en las luchas crueles contra los peligros, las enfermedades, la pobreza o las tentaciones.

El silencio lúgubre de la nada es el horizonte que pueden avizorar los que, en su ateísmo, apoyan la eutanasia. Y los partidarios de la "dulce muerte" que se llaman cristianos no imaginen que después del último suspiro del enfermo asesinado, Cristo recibirá con vítores y aplausos a quien creen que le hicieron un favor. Al cielo se entra por la puerta estrecha y se sube por la escalera de la cruz, y sin pretender ser dioses para disponer del momento supremo de morir.

Si Jesús padeció dolores indecibles en el patíbulo, murió haciendo de su Sacrificio la ofrenda que trajo la Redención, y nos unió a su martirio, quienes creemos y esperamos en Él podemos encontrar luz y fortaleza para nuestros sufrimientos, pequeños o grandes. "Si vivimos, para el Señor vivimos. Y si morimos, para el Señor morimos. Ya vivamos, ya muramos, somos del Señor" (Rom 14).

Legalizar la eutanasia no es un triunfo para Ecuador ni para los países que la han despenalizado, sino un síntoma de declive social. Cuando el pueblo claudica en sus reservas espirituales, pierde su fortaleza y la ciudad queda indefensa ante los enemigos internos y externos. Contar con un ejército de hombres y mujeres fuertes es un deber de una nación, una necesidad moral, una exigencia ética y política para garantizar el bien común.

martes, 6 de febrero de 2024

Promiscuidad


Me escribe un hombre soltero de 50 años de edad que frecuenta la Eucaristía casi a diario, visita el Santísimo, reza el Rosario con regularidad y es devoto de la Preciosa Sangre. Luego de exponer sus virtudes espirituales, abre un poco más su corazón y me dice que su defecto es ser mujeriego, por lo que recurre a veces a la Confesión. Pero después deja ver un poco más el alma y me comparte que tiene varias novias con las que tiene relaciones sexuales. Finalmente me pregunta si tener relaciones al día siguiente de la confesión, o pasados unos días, le impediría comulgar, y de qué clase de pecado se trata, si es pecado mortal o venial.

Como cristianos, que vivimos en un mundo que mira la sexualidad de manera tan deformada y que además promueve la promiscuidad, podemos entrar en una grave confusión de la conciencia y creer que el sexo fuera del matrimonio es un "pecadillo" de poca monta cuando, en realidad, el daño que provoca es muy elevado para quien lo practica, así como también para la vida familiar y social.

Ser mujeriego a los 50 años de edad –y a cualquier edad– es reflejo de una actitud adolescente de alguien que no ha madurado en su vida afectiva y emocional, y que vive de aventura en aventura, sin lograr consolidar un proyecto sólido para su futuro.

Los seres humanos nacemos con un pegamento emocional que hace su efecto, sobre todo cuando la persona inicia su vida sexual. El enamoramiento ocurre más fuertemente con la actividad sexual, que muchas veces es frecuente entre novios. Generalmente las relaciones de noviazgo mezcladas con sexo llegan a romper. Entonces los novios sienten que se les desgarra el corazón por el desprendimiento de ese pegamento emocional que se había creado entre ambos.

Si el varón inicia una nueva relación con otra mujer, hará lo mismo que con la anterior, sólo que su pegamento emocional será menor. Y si vuelve a fracasar en esa relación y después inaugura otra relación y hace lo mismo, su pegamento emocional se irá agotando, como se acaba el pegamento de una cinta adhesiva que se pega y se despega de una superficie.

Entonces ocurre lo peor: el hombre se vuelve incapaz de conectar emocionalmente con las mujeres. Sólo quiere acostarse con ellas para desahogar sus instintos sexuales, pero con ninguna puede hacer comunión realmente. De esa manera se puede convertir en un don juan adolescente que con todas galantea, pero imposibilitado para formar una familia. Y si se llega a casar, será muy difícil para él vivir en fidelidad con su esposa.

El pecado del sexo fuera del matrimonio tiene graves consecuencias, no sólo para el seductor libertino sino para las familias y para la sociedad; el nacimiento de hijos fuera del matrimonio priva a éstos de la figura paterna, además de incrementar la proliferación de enfermedades de transmisión sexual. Al ver todas estas consecuencias nos queda más claro por qué el sexo fuera del matrimonio es un pecado mortal.

¿Se puede comulgar en esta situación? No se debe recibir el Cuerpo de Cristo en estado de pecado mortal, pero sí se puede recibir una vez que, con arrepentimiento, el pecado haya sido confesado. Para comulgar debe haber, en la persona, una verdadera lucha por salir de esta atmósfera de pecado.

No se recomienda confesarse inmediatamente después de las caídas, pues podría resultar en una banalización del sacramento. ¿Hay esperanza de recuperar el pegamento emocional? Por supuesto que sí. Lo más aconsejable es acudir a un director espiritual que pueda guiar a la persona para que, en Cristo, ella pueda sanar sus emociones. Nada hay imposible para Dios.

martes, 30 de enero de 2024

Teoría de la evolución




Querido padre: 
Tengo 50 años, soy casado y tengo una hija. Leí un libro escrito por una arqueóloga, que habla sobre los sumerios y plantea otras teorías sobre el origen del hombre y sobre hechos históricos del Antiguo Testamento. También encontré documentales que cuestionan la historia que nos enseñan de niños y, basados en arqueología, dan interpretaciones distintas de la historia de Adán y Eva, el paraíso, el diluvio, etc. Agradezco mucho su orientación. 

Querido hijo: 
La Iglesia Católica nunca se ha opuesto a la ciencia, sino que siempre la ha alentado. De hecho las universidades nacieron auspiciadas por la Iglesia en la Edad Media, y hoy existen muchísimos científicos creyentes, así como otros tantos que no lo son. 

Los once primeros capítulos del Génesis –desde la creación hasta la torre de Babel– no transmiten hechos históricos comprobables por el método de las ciencias históricas que hoy conocemos, lo que no significa que no hayan de alguna manera ocurrido. No son hechos que se pueden comprobar según el método científico, sino que transmiten un mensaje de Dios para la humanidad. 

En cuanto al origen del hombre, la Iglesia siempre ha dicho que el cuerpo humano podría ser fruto de una evolución. Aunque es una hipótesis, no deja de ser posible. Lo que la Iglesia no acepta de la teoría evolucionista es la evolución del alma humana. Si es que hubo una evolución del cuerpo, el alma fue infundida directamente por Dios en el primer hombre. 

Hay estudios científicos que cuestionan la teoría de la evolución. Por ejemplo, el que hizo David Thaler y que publicó en Journal of Human Evolution, donde concluye que nueve de cada diez especies de animales en el planeta, incluidos los animales más minúsculos, aparecieron al mismo tiempo que los seres humanos. El análisis de Thaler estudió el ADN de 100 mil especies y concluyó que éstas aparecieron en la tierra simultáneamente y no en un desarrollo evolutivo. La teoría de la evolución es incompatible con su descubrimiento, que es científico. 

Muchos católicos aceptan la teoría de la evolución como un hecho incuestionable pero, en realidad y para ser más sensatos, se tienen que ver otras investigaciones. La teoría de la evolución no es un tema cerrado. Como católicos no somos fundamentalistas para creer que la narración del libro del Génesis es literal. Lo que contiene es una verdad religiosa cierta: el universo y el hombre tiene un origen sobrenatural; son creación de Dios. 

Hay que ser muy respetuosos de los avances científicos, pero como católicos hemos de estar atentos a que éstos no estén contaminados de posturas ideológicas. Hoy, por ejemplo, los animalistas, ecologistas y evolucionistas radicales consideran que la teoría de la evolución es absolutamente cierta y que no se puede criticar. La Iglesia no debe cuestionar a la ciencia y su desarrollo, pero sí debe desenmascarar las doctrinas ideológicas que la quieren manipular a su favor. 

Repito, en el supuesto de que el cuerpo del hombre hubiera evolucionado, el alma no evolucionó sino que fue infundida por Dios. Desde ese momento existió el primer ser humano al que la Revelación divina llama "Adán". Lo importante del mensaje de Génesis capítulo 1 es que el origen del hombre es sobrenatural, que su relación con Dios es el centro de su existencia y que, como administrador puesto por Dios en el universo, tiene superioridad y dominio sobre la creación visible.

martes, 23 de enero de 2024

Falsa brújula moral


Ser cristiano tiene una fascinación: seguir a Jesucristo que nos llama a la santidad y nos promete la vida eterna. A nadie le pone Jesús un camino fácil para llegar al Cielo; es necesaria la conversión y por eso el Señor inició su ministerio con un llamado: "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia" (Mc 1,15).

Más adelante dirá a sus seguidores: "El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí" (Mt 10,38). Les señaló que el bien de la salvación es arduo: "Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán" (Lc 13,24). El cristiano siempre deberá ser un combatiente esforzado, ayudado por la gracia divina, para avanzar en su santificación.

Hoy, en torno a la teología moral se propone un cambio de modelo para resolver los dilemas en que muchas veces se encuentra la conciencia frente a las decisiones que debe tomar para hacer el bien y evitar el mal. La moral de la Iglesia es la que dictan los mandamientos de la Ley de Dios, los cuales están inscritos en nuestra naturaleza humana: "Amarás a Dios sobre todas las cosas", "No mentirás", "No matarás"... Se trata de absolutos morales a los que el cristiano debe ajustar su conducta a fin de conseguir su salvación.

Hoy se escuchan voces dentro de la Iglesia que buscan dejar la moral cristiana por otros modelos como el de "buscar el bien a medias" o el del "discernimiento". Esto quiere decir que al creyente la Iglesia sólo debe pedirle que haga todo el bien posible en la situación de pecado en la que vive, pero sin exigirle una verdadera conversión en su vida moral porque no tiene la capacidad para vivir los ideales de Cristo.

Por ejemplo, a una persona que vive en concubinato o adulterio no se le podría pedir que viva en castidad con su pareja ya que no podrían alcanzar ese ideal; tampoco a un individuo dedicado a ganar su sustento de manera ilícita, como en el narcotráfico, podría exigírsele que abandonara esa forma de vida, debido a que siempre vivió en ese ambiente. A dos personas del mismo sexo que practican actos homosexuales no podría pedírseles que se abstuvieran de tales actos sólo porque no tienen la fuerza para hacerlo. Impensable pedir a un hombre que pertenece a una familia de chamanes que deje de practicar la hechicería, porque así lo ha hecho durante toda su vida para ganar su sustento.

En estos ejemplos hay algo de verdad, y es que Dios quiere que todos demos pasos, pequeños o grandes, hacia una vida más plenamente cristiana. A nadie se le puede exigir, de buenas a primeras, que alcance el ideal moral al que está llamado, especialmente cuando la persona empieza a conocer a Dios. La conversión del pecador es gradual, pero la Ley de Dios no lo es. Esto quiere decir que Dios es paciente con nosotros para que, entre caídas y fracasos, vayamos avanzando en una vida más virtuosa. Lo que no significa que quienes vivimos en pecado, y no podemos dejarlo tan fácilmente, creamos que estamos en buena amistad con Dios.

Hoy se escuchan voces que hablan de "discernimiento". Se nos dice que debemos educar nuestra conciencia en el arte de discernir. Los divorciados vueltos a casar deben iniciar un proceso de discernimiento. Supongo que también deben discernir quienes viven permanentemente en alguna situación de pecado, como las que ya mencionamos. Se debe dialogar y discernirlo todo. En pocas palabras se trata de buscar un bien moral ajustado a nuestra comodidad.

Detrás de la palabra "discernimiento" se propone un cambio en la teología moral católica, lo cual es absurdo ya que la moral es una y no está sujeta a cambio. Se pretenden dejar las normas morales objetivas que nos dan los mandamientos para tratar de interpretar las situaciones, los momentos históricos, la cultura, el entorno, ya que el hombre no sólo es intelecto y voluntad sino que está hecho de pasiones, pulsiones, sentimientos, experiencias, costumbres, circunstancias, historia familiar. Se quiere desvanecer la posibilidad de vivir en el bien absoluto para que todo sea discernido, dialogado, interpretado de manera subjetiva y así vivir en nuestra propia comodidad.

Estas voces novedosas no aparecen en la encíclica "Veritatis splendor" de san Juan Pablo II, ni en toda la enseñanza moral católica tradicional.

Las nuevas propuestas morales son, en realidad, una trampa que deja al cristiano en la mediocridad porque ya no se le puede exigir nada en su conducta. Si a nadie se debe pedir el bien absoluto, ¿para qué hablar de santidad? Si los valores cambian y se transforman según las personas y sus sentimientos, ¿para qué emprender el combate espiritual contra los enemigos externos e internos? Habrá quien crea que Jesús seguramente se volvió loco cuando dijo "Sean perfectos como el Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48); o cuando expresó aquello de que quien se irrita contra su hermano merece ser condenado en el tribunal (Mt 5,22); o cuando dijo "Lo que Dios unió que no lo separe el hombre" (Mt 19,6).

Los cristianos necesitamos retomar el ideal de la santidad, y no acomodarnos al espíritu del mundo. La única brújula moral es la que la Iglesia siempre ha enseñado. Buscar la tranquilidad de la conciencia por el camino del "discernimiento" o del "bien a medias" sólo hace a la sal perder su sabor para que la pise la gente. Querer cambiar los criterios de la moral conduce, justamente, a esa "mundanidad espiritual" que hoy, en la Iglesia, se denuncia con tanta insistencia. 

jueves, 18 de enero de 2024

Los demonios gritaban: "Tú eres el Hijo de Dios"


Así se lo decían a Jesús arrojándose a sus pies. Jesús lo reprendía diciéndole: "¡Cállate!". ¿Por qué esa reprensión ante una verdad que san Pedro también confesó, y a quien Jesús elogió diciéndole: "Esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo"? ¿Por qué no nos reprende a nosotros cuando confesamos con fe que Jesús es el Hijo de Dios y nuestro Salvador? ¿Por qué Cristo no nos riñe cuando, en el Credo, profesamos nuestra fe católica al decir "Creo en Jesucristo, Hijo de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos"? 

Una razón por la que Cristo increpó al diablo diciéndole "¡cállate!" es por la burla de Satán al Verbo encarnado. Es como si nosotros hiciéramos saludos y reverencias al presidente de la república pero luego le diéramos la espalda y no obedeciéramos sus proyectos. Así Satán se arroja a los pies de Jesús y lo llama "Hijo de Dios", pero no se ajustará a los planes de Dios, sino que querrá destruirlos. La suya es una mofa al Hijo de Dios. 

Podemos caer en la misma actitud del adversario de Dios. Hay católicos que con rosario o escapulario al cuello dicen que Cristo es el Hijo de Dios pero cometen crímenes terribles como en el narcotráfico. Una persona que practica aberraciones sexuales, sin estar dispuesta al cambio, y pide la bendición para él y su pareja del mismo sexo, ¿no es una burla a Cristo? 

Un sacerdote pederasta puede revestirse con alba y casulla diciendo a los fieles que Jesús es el Hijo de Dios y, al mismo tiempo, comportarse como el enemigo de Dios hacia otras personas. Cristo nos dice a los católicos de doble vida: "¡Cállate! no lo digas". Es decir, "tu confesión es una burla al Hijo de Dios ", un sacrilegio. 

Jesús recibe con alegría nuestra confesión de fe cuando hay arrepentimiento, deseo de vivir santamente, humildad y hambre de salvación. Que vivamos el gozo de decir a Jesús "Tú eres el Hijo de Dios", conscientes de la grandeza de esta expresión y del compromiso que implica.

martes, 16 de enero de 2024

Predicar el infierno

"El infierno según Dante", pintura de Sandro Botticelli

En tiempos pasados se hablaba con más soltura del infierno. Había en Roma un santo sacerdote que acompañaba al suplicio a un asesino de la peor calaña, que rehusaba a arrepentirse, se burlaba de Dios y blasfemaba en su camino al cadalso. El padre había agotado todos los medios para que el reo se arrepintiera. Había llorado por él, se había echado a sus pies suplicándole que aceptara el perdón de sus crímenes; le mostraba el abismo en el que estaba a punto de caer. A todo ello el asesino respondía con más blasfemias e insultos. Luego de la ejecución, cuando la cabeza rodó por el suelo al golpe de la cuchilla, el sacerdote, lleno de dolor e indignación, para darle una lección a la muchedumbre que asistía a la condena, cogió por los cabellos la ensangrentada cabeza y presentándola a la multitud dijo con voz enérgica: "¡Mirad! ¡Mirad bien!; ¡he aquí la cabeza de un condenado!"

Hemos pasado de épocas en las que se escuchaban atronadores discursos sobre el infierno, a tiempos en los que a todo el mundo se le envía al cielo. Recuerdo a un amigo sacerdote que en el funeral de un narcotraficante asesinado, dijo a los dolientes que seguramente el difunto ya estaba en el cielo, haciendo alusión al hecho de que le habían dejado caer la lluvia de plomo alrededor de las tres de la tarde, hora en que Cristo murió en la cruz. Muchos feligreses quedaron disgustados con la "caridad" del párroco.

Muchos sacerdotes cometemos el error de evitar hablar, en nuestras homilías y catequesis, de la realidad del infierno. Cristo no evitó el tema; es más, habló más del infierno que del cielo. El tema puede ser incómodo para el predicador; el mundo quizá lo juzgará de medieval y oscurantista. Sin embargo es un tópico crucial para comprender no sólo las consecuencias eternas que pueden tener nuestras decisiones libres sino también para comprender la misteriosa naturaleza del pecado, así como para apreciar la santidad, la pureza y la justicia de Dios.

"No es un dogma, sólo mi opinión: me gusta pensar que el infierno esté vacío. Espero que lo esté". Fueron palabras espontáneas del papa Francisco en una entrevista para un programa italiano de televisión. Como el pontífice, yo también quisiera que el infierno estuviera vacío, pero lamentablemente un infierno vacío no es posible.

En el infierno gimen, en diversos grados de dolor eterno, muchos ángeles que fueron creados buenos, pero que libremente se convirtieron en demonios al rehusar la gracia que Dios les ofrecía. El infierno se creó con el rechazo de las criaturas al amor divino, lo que nos dice que Dios toma muy en serio nuestra libertad. Desear un infierno vacío es desear que Dios no nos hubiera creado libres, o que su misericordia nos alcanzara a todos, pero eso no lo sabemos. Es un secreto del corazón de Dios.

El infierno es, quizá, el tema más polémico y el que causa más escozor en muchos teólogos y sacerdotes de nuestro tiempo, que difícilmente encuentran posible compaginar la infinita misericordia de Dios con su infinita justicia. Hay misterios que la razón no entiende, pero que el alma creyente asume por la divina Revelación.

Quedar eternamente apartado del amor de Dios es una posibilidad real en la vida una persona. Si no fuera así, ¿qué sentido hubiera tenido el Sacrificio redentor de Jesucristo, si todos, tarde o temprano, habríamos de entrar en el cielo sin pasar por el arrepentimiento de nuestros pactos con el mal? Cristo no habló del infierno para asustarnos, sino para que tomáramos en serio nuestro proceder en esta vida.

Como Iglesia, nuestra misión es que todos vayan al cielo y que nadie sufra la condenación eterna, pues "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1Tim 2,4). Sin embargo el Catecismo enseña que «Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno» (n. 1033).

Muchos de nosotros hemos sabido de muertes espantosas, repentinas y de personas que nos parecieron realmente malvadas. Aparentemente esas almas están perdidas. Personas que se burlaron de Cristo y de la Iglesia haciendo alarde de su ateísmo, parece que nunca tuvieron la oportunidad de entrar en sí mismos para reconocer sus deplorables costumbres y pedir perdón. ¿Qué fue de esas almas que estaban amalgamadas con el mal? La Iglesia nunca a declarado oficialmente la condenación de nadie, ni siquiera de Judas, aunque hay expresiones bíblicas que sugieren un fatal destino: "Más le valiera no haber nacido" (Mt 26,24); "Ninguno se ha perdido sino el que era hijo de perdición" (Jn 17,12).

Por más terribles que hayan sido las circunstancias en que murieron ciertas personas, sólo debemos orar por ellas. No sabemos lo que pudo ocurrir entre esa alma y Dios en el momento de la muerte. Roguemos siempre por los difuntos –es una obra de misericordia– y apelemos en nuestra oración a la infinita misericordia de Dios.

lunes, 15 de enero de 2024

El cuerpo como templo de Dios


"¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!" (1Cor 6). 

San Pablo nos invita a reaccionar ante el mundo extremadamente erotizado en que vivimos, con espantosas consecuencias de degradación del cuerpo: el alquiler de vientres para gestar; la porno que hoy es la nueva droga mundial; la mutilación de órganos sexuales en cirugías trans; el impresionante número de abortos que crece en el mundo. 

Hemos desechado de nuestro vocabulario la palabra "pureza" o "castidad", que antes ayudaron a crear sociedades virtuosas y fuertes, pero que hoy se han convertido en motivo de risa y en sinónimo de retroceso y oscurantismo. 

Sucede en nuestras sociedades algo análogo a lo que ocurre cuando un alud de lodo sepulta a un pueblo entero. Sin defensas naturales contra esos fenómenos, la gente muere bajo el barro. Carentes de la defensa moral y espiritual que brinda la castidad o la pureza, millones de personas han quedado sepultadas, víctimas del VIH, del virus del mono y de otras enfermedades de transmisión sexual. 

Descubramos el valor inmenso que tiene cultivar la castidad. 

A los niños hay que educarlos a tener pudor, a respetar sus cuerpos y los cuerpos de otras personas. Hay que enseñarles que hay partes corporales que deben cubrirse; a no permitir que nadie los toque con malicia y avisar a alguien de confianza si esto llegara a ocurrir. 

A los adolescentes les permite aprovechar mejor sus estudios; descubrir la belleza de la vida; cultivar amistades sanas; perder el miedo al sexo opuesto al descubrir sus rasgos psicológicos a través del diálogo amistoso. 

A los novios les ayuda a crecer en el respeto mutuo y en su capacidad de espera, lo que les ayudará para formar un buen matrimonio; a apreciar los gestos hermosos y gran valor como tomarse de la mano, darse un beso, mirarse, dialogar profundamente para conocer sus almas. 

A los casados la fidelidad mutua les permite poder mirarse a los ojos sin tener que mentir, y mirar a los hijos sin sentir remordimiento. La castidad permite anclar el corazón en la familia y no ponerlo fuera del hogar. La castidad evita la doble vida del adulterio, la falsedad y la traición. 

A los sacerdotes y religiosas nos permite ser hermanos de todos sin poseer exclusivamente a una sola persona. Además nos deja acercarnos a tantas situaciones de miseria humana, con solidaridad y compasión, sin tener que ensuciarnos. También nos permite anunciar que nacimos para unirnos a Dios y que después de la muerte será el matrimonio perfecto con el Señor. 

La castidad nos acerca a Dios. Dijo Jesús: "Dichosos los limpios de corazón porque verán a Dios" (Mt 5). La visión de Dios no está reservada sólo para el final de la historia, sino para el aquí y ahora. Al buscar la castidad y la pureza somos más capaces para descubrir la presencia de Dios en la creación y en el trato con los hermanos y en el propio corazón. 

Somos templos del Espíritu, llamados a glorificar a Dios con el cuerpo. Dios nos ayude a cultivar la pureza en un mundo corrompido por la impureza, pero tan necesitado de recuperar los amores limpios y la inocencia del propio corazón.

sábado, 13 de enero de 2024

Iglesia y homosexualidad, los "no" y los "sí"


La publicación de "Fiducia Supplicans" ha levantado controversia en el mundo católico. Unos la aceptan, otros la ven con cautela, y otros la rechazan. Si bien es cierto que con este documento la Iglesia Católica no cambia su postura sobre matrimonio y homosexualidad, sí se ha creado una situación muy incómoda para todos. Mientras que tratamos de comprender lo que el Apóstol Pedro nos enseña en este nuevo documento, –que muchos no tenemos del todo claro–, es oportuno recordar lo que la Iglesia sí tiene claro en el Catecismo sobre la homosexualidad, y sobre lo cual hago algunos comentarios.

La Iglesia dice "no" a algunas cuestiones sobre la homosexualidad, como es la aprobación del comportamiento homosexual o de las relaciones homosexuales. También dice "no" a la concepción de la homosexualidad como algo que está fuera de las normas morales. Dice "no" a la legalización o a la equiparación de las relaciones homosexuales con el matrimonio; y "no" a toda forma de discriminación injusta a esas personas. Estos "noes" no tienen otro fin que el mismo bien de las personas y su salvación eterna. Sin embargo la Iglesia también dice "sí" a otras cuestiones sobre la homosexualidad.

Primero, sí al respeto a las personas con esa tendencia. Aunque la atracción al mismo sexo (AMS) es un desorden interno que tienen algunas personas, a ellas se les debe reconocer su dignidad, brindar comprensión y ayuda. Recordemos que toda persona es imagen de Dios, y que trascendemos nuestra sexualidad y orientación sexual. El error de muchos es creer que nacieron homosexuales y así van a morir. Esto es falso. Se ha comprobado que muchas personas superan estas tendencias con el tiempo y pueden avanzar por un camino hacia su madurez. Si el género es algo fluido, como dice la ideología de género, es claro que alguien puede "fluir" para vivir más en su identidad y plenitud masculina o femenina.

Segundo, es importante hacer la distinción entre pecador y pecado, entre orientación sexual y acto homosexual. Dios ama al pecador pero no quiere el pecado, por ser dañino. Muchos grupos surgidos de la Reforma Protestante no hacen esta separación sino que ven al homosexual como pecado en sí mismo. Esta visión, tan propia de Lutero, no brinda esperanza al homosexual sino que prácticamente lo envía al infierno. No sucede así en la antropología católica. La Iglesia, haciendo la distinción entre pecador y pecado, ofrece realmente esperanza a estas personas, haciéndoles ver que Cristo es médico divino que sana nuestras heridas y nos coloca en ruta hacia la santidad.

Tercer "sí": la Iglesia pide el respeto a los derechos de todas las personas por el hecho de ser personas. Quienes tienen AMS tienen los mismos derechos que todos, en cuanto personas y ciudadanos, pero no en cuanto a personas homosexuales. Nadie tiene derechos por ser blanco, negro, trans o gay. La ideología de género, surgida del marxismo, ha logrado crear categorías y divisiones entre los seres humanos diferenciándolos en un sinfín de identidades sexuales, todas ellas supuestamente oprimidas por un inexistente "heteropatriarcado", para crear una lucha entre sexos con el fin último de alcanzar la paz de una sociedad poliamorosa. Los nuevos derechos inventados por el colectivo LGBTQ no son en realidad derechos, sino fruto amargo del socialismo y su rancia visión de lucha de clases.

Cuarto sí: la Iglesia afirma que es posible la curación de las heridas emocionales que puede tener una persona con atracción al mismo sexo. Ellas se pueden hacer una pregunta y buscar resolverla: "¿qué es lo que me hizo desarrollar esta tendencia?". En realidad todos tenemos fracturas afectivas que nos inclinan a ciertas conductas que pueden resultar destructivas, como los vicios y los actos sexuales desviados. Cuando logramos sanar esas heridas emocionales, muchas veces desaparecen los comportamientos viciados. El cristianismo es la buena noticia de que en Jesús de Nazaret todas las llagas de la humanidad son sanadas, y que en Él podemos ser hombres y mujeres nuevos.

Quinto, la Iglesia ha desarrollado iniciativas pastorales muy concretas para acompañar espiritualmente a las personas con AMS. Los grupos "Courage", fundados por el padre John Harvey en 1980 y aceptados por la Iglesia, se han extendido en Estados Unidos y Latinoamérica como grupos de apoyo donde se aprende a tener una auténtica vida cristiana compatible con la atracción al mismo sexo. Lamentablemente existen también en la Iglesia grupos de acompañamiento LGBT, inclinados a aplaudir y alentar la conducta homosexual más que a superarla.

Sexto sí: la Iglesia llama a todos sus hijos a la castidad y a la santidad. En la JMJ de Portugal el papa Francisco dijo que en la Iglesia caben todos, como abriendo las puertas para que aquellos que se sienten discriminados descubran que en Cristo y su Esposa, la Iglesia, tienen una familia. Por supuesto que todos son bienvenidos a encontrar el amor de Dios, pero también somos llamados a un proceso de conversión y de purificación, dejando conductas pecaminosas, para entrar en el Cielo.

Séptimo, ¿habrá hombres y mujeres en el cielo que en la tierra tuvieron AMS? Sí. Venidos de la gran tribulación, habiendo muerto en la gracia de Dios, en Cristo "lavaron sus heridas y blanquearon sus túnicas en la sangre del Cordero. Por eso estarán delante del trono de Dios y le rinden culto día y noche en su Templo" (Ap 7,14-15). Después de una vida de oración y de sacramentos, quizá con fuertes combates, dolorosas caídas y profundo arrepentimiento, para ellos habrá acabado la sed y el agobio del sol, así como también toda atracción sexual. Los santos en el cielo aman a Dios y se aman entre ellos con amor de benevolencia y de amistad perfectísimo, purificado de toda imperfección. La atracción al mismo sexo habrá sido superada y sólo quedará el gozo y la alegría de vivir en relaciones de pureza y santidad.

miércoles, 10 de enero de 2024

Cuatro dimensiones de la vida de Cristo


Si lees atentamente el relato de Marcos 1,29-39, te darás cuenta de las actividades de Jesús que conforman su ministerio de salvación en la tierra. Va a casa de Pedro donde cura a la suegra de éste; al atardecer expulsa demonios de los posesos; luego se marcha a orar solo; por último se va a predicar a otras ciudades. 

Cristo predica: su ministerio continúa en la historia a través del servicio de Pedro y sus sucesores, los papas que, en comunión con los obispos y la colaboración de los sacerdotes, se predica el Evangelio en toda la tierra. También los catequistas de las parroquias, los misioneros y los padres de familia que enseñan el catecismo a sus hijos, prolongan el ministerio de enseñanza de Jesús. Los miles de colegios y universidades católicas son presencia de la enseñanza de Cristo. 


Cristo sana: su gracia sigue tocando los corazones llamándolos al arrepentimiento y la conversión; ahí empieza un camino de curación de las almas. Las personas que confiesan sus pecados en el sacramento de la Reconciliación sanan las heridas que les dejó el pecado. Jesús nos ofrece el sacramento de la Unción de los enfermos para unirnos a su Pasión redentora y curar nuestras enfermedades del cuerpo. También cura a través de la dirección espiritual, la consejería, los talleres de duelo. Y no puede faltar la presencia de Cristo en ese maravilloso despliegue de obras de misericordia de la Iglesia que se manifiesta en los hospitales católicos, leproserías, orfanatos, asilos de ancianos y atención a los migrantes. 


Cristo libera: el poder del Maligno hace estragos en las almas y a veces en los cuerpos de los hijos de Dios. En las almas a través de la acción ordinaria del demonio, que es la tentación. La palabra de Cristo nos protege y nos fortalece contra las tentaciones, y así nos libra del pecado. Al mismo tiempo Jesús libera de la acción extraordinaria del padre de la mentira, que se manifiesta a través de la infestación, la vejación, la obsesión y la posesión diabólica. Son los exorcistas nombrados por su obispo quienes tienen la autoridad legítima para expulsar demonios. 


Cristo ora: lo vivimos en nuestra Iglesia Católica en nuestra liturgia, especialmente en la celebración de la Eucaristía, que es la forma de oración más excelsa. Cristo ora cuando los sacerdotes, consagrados y el pueblo cristiano oran con la Liturgia de las Horas, y en tantos monasterios donde la vida contemplativa de los benedictinos, clarisas, trapenses y tantas órdenes religiosas tiene su espacio. 

Contemplemos al Señor vivo y presente en su amada Iglesia a través de estos ministerios, y prolonguemos, agradecidos, su misión salvífica en la tierra.

martes, 9 de enero de 2024

Las bendiciones y el Misterio Nupcial



Se presentan con el sacerdote un hombre y una mujer para pedir una bendición especial. Están celebrando el aniversario de sus bodas por la Iglesia. Piden al clérigo que ore por ellos y el sacerdote procede a imponerles las manos, al mismo tiempo que reza por la pareja y la bendice junto con sus cuatro hijos. Es una pareja de las muchas que he bendecido durante más de 23 años.

Hay un misterio en esas parejas. No porque oculten algo que los haga sospechosos, sino porque son expresión de "algo" que, a simple vista, no se percibe. Son dos personas con cuerpos distintos y, al mismo tiempo, complementarios. Hay diferencias sexuales en ellos. Hace años sintieron una atracción que, finalmente, los hizo unir sus vidas para formar una sola carne uniéndose en santo matrimonio.

Ese "misterio" que ambos encierran en su matrimonio es el de ser expresión de la comunión de Cristo con su esposa, la Iglesia. Eso lo saben ellos porque son católicos practicantes y tienen conocimientos básicos de lo que significa el matrimonio cristiano. Y desde que fueron naciendo sus hijos intuyeron que aquella expresión corporal y emocional que se conoce como "hacer el amor", era algo todavía más misteriosa: una expresión de la comunión de amor eterno entre las tres divinas Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Sus cuerpos, sobre los que el sacerdote, representante de Cristo, extiende sus manos para orar y trazar la señal de la Cruz, son mucho más que una realidad biológica. Sus cuerpos son teología. En esos cuerpos de hombre y de mujer, atraídos y unidos por el sacramento del matrimonio, está oculta la identidad de lo que ellos son, de lo que Dios es en sí mismo, del significado del amor, del orden de la sociedad y, en último término, del sentido del universo.

Cuando se acerca una pareja a pedirme la bendición siempre tengo la cautela de preguntarles si tienen ellos el sacramento del matrimonio. Si me dicen que no lo tienen, ya sea porque viven en unión libre o porque alguno de ellos estuvo casado, lo cual les impide acceder al sacramento, entonces les explico, de la manera más atenta, que como pareja no pueden ser bendecidos.

Al estar en situación de pecado –fornicación o adulterio– contradicen la realidad teológica de sus cuerpos. Viviendo de esa manera ellos no son expresión del misterio íntimo de Dios ni del orden social. Los bendigo, con mucho gusto y cariño, pero no como pareja sino como personas individuales, para que Dios les conceda gracias de conversión y sus vidas se ordenen al plan divino de reflejar el Misterio nupcial.

"Amor es amor" se dice popularmente, y bajo ese eslogan hoy se quiere legitimar todo tipo de uniones. En un mundo severamente dañado por el pecado, la misión de Jesucristo es restaurar nuestra manera de amar, y el sacerdote es otro Cristo para ayudar a esa misión. En razón del sacramento del Orden, el pastor de almas es solicitado para impartir su divina bendición, la cual es un sacramental de la Iglesia, ordenado para que los bendecidos reciban los sacramentos.

Fiducia Supplicans enseña que los sacerdotes, además de impartir bendiciones litúrgicas, podemos también hacer bendiciones llamadas "pastorales" a parejas en adulterio, unión libre o del mismo sexo. Sin embargo este nuevo tipo de bendiciones no tienen fundamento en la Sagrada Escritura, en la doctrina y la práctica tradicional de la Iglesia. Por eso se ha creado tanta confusión y controversia entre obispos y cardenales y, consecuentemente, en el pueblo cristiano.

Por mi parte, mientras que trataré de tener una mejor comprensión de Fiducia Supplicans, seguiré impartiendo las bendiciones pastorales tradicionales sólo a los matrimonios que son manifestación del Misterio nupcial. Y a los que no lo son, los bendeciré de manera individual y con gusto los acompañaré en su camino de conversión, conversando y orando por ellos de manera privada. Fiducia supplicans invita a actuar con sensibilidad pastoral, poniendo en práctica el discernimiento, y este discernimiento ha sido el mío.

No recuerdo a pareja del mismo sexo alguna que, en mis 23 años de ministerio sacerdotal, me haya pedido una bendición, aunque sí me han solicitado acompañamiento muchas personas con este tipo de atracción. Siempre los he acompañado, los he bendecido, los he invitado a la conversión a través de un encuentro con Jesús y he orado por ellos. He procurado hablarles con la claridad de la doctrina de la Iglesia y a infundirles esperanza en su camino hacia Dios. Ellos también están llamados a expresar, desde su vida cristiana, el Misterio nupcial de Cristo y de la Iglesia.

Por redes sociales me exigía una persona que me declarara cismático y que abriera mi propia iglesia. Absolutamente no. Mi postura no es cismática. ¿Estoy con el papa Francisco? Por supuesto que sí. Es el papa y debemos orar por él. El Santo Padre ha tenido, en sus casi 11 años de pontificado, grandes intuiciones y mucha cercanía pastoral con los pobres y los pequeños. Hoy los pobres y los pequeños, sobre todo del continente africano, se han quedado perplejos por las nuevas bendiciones pastorales y en su discernimiento las han rechazado.

Oremos, más que nunca, para que se mantenga la unidad en la gran familia de la Iglesia y, de esa manera, no distorsionemos el Misterio nupcial que debemos reflejar para el mundo, misterio que comienza con la atracción del hombre y la mujer, y que culminará en las Bodas eternas del Cordero.


jueves, 4 de enero de 2024

Dimensiones de la realidad


Los seres humanos siempre hemos buscado comprender la realidad de la vida y nuestro ser en el mundo. Hace décadas se insistía en que el único criterio válido para interpretar el misterio de la creación era a través de la razón o de la ciencia. Hoy nadie cree que eso es suficiente para comprender la existencia. Aparecieron ideologías como el comunismo, el liberalismo, el feminismo, la ideología de género o el reciente ecologismo que también hacen sus lecturas de la realidad desde sus particulares puntos de vista, muchos de ellos sesgados y torcidos.

La Iglesia Católica también nos ofrece un mapa de la realidad que es necesario conocer para tener definido nuestro ser y quehacer en el mundo, y no perder de vista lo esencial, que es llegar a contemplar a Dios en la vida futura. En el Credo decimos "Creo en Dios... creador de todo lo visible y lo invisible". ¿Qué significa esto? La vida de Dios y la vida de las criaturas, visibles e invisibles, se realiza en tres grandes dimensiones: el mundo sobrenatural (CIC 199-227), el mundo preternatural (CIC 328-330) y el mundo natural (CIC 337-343).

La dimensión sobrenatural es Dios mismo. El Ser supremo sobrepasa nuestra experiencia. Dios es el creador de todo lo que existe, es el Ser por excelencia, el acto puro. Por la divina Revelación sabemos que la esencia de Dios es el amor. ¡Dios es amor! (1Jn 4,8); es la comunión infinita y eterna entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Conocer estas realidades sobrepasa nuestra inteligencia, y tener acceso a ellas está por encima de nuestra voluntad. Sólo por la gracia de Dios podemos introducirnos en esta dimensión de la existencia.

La dimensión preternatural -más allá de lo natural- es el mundo de los ángeles, seres espirituales, inteligencias sublimes que fueron creados buenos, pero que por rebeldía a Dios muchos de ellos se convirtieron en demonios (CIC 391-395). San Agustín en "La Ciudad de Dios" enseña:
Porque cuando Dios dijo: «Hágase la luz, y fue la luz», si se justifica entender en esta luz la creación de los ángeles, entonces ciertamente ellos fueron creados participantes de la luz eterna que es la Sabiduría inmutable de Dios, por el cual todas las cosas fueron hechas, y a quien llamamos el Hijo unigénito de Dios; para que ellos, siendo iluminados por la Luz que los creó, puedan convertirse ellos mismos en luz y ser llamados «Día», en participación de esa Luz y Día inmutable que es la Palabra de Dios, por quienes ellos mismos y todo lo demás fueron creados.
Los ángeles buenos, por su virtud, son partícipes del mundo sobrenatural, mientras que los ángeles rebeldes, por su rebelión, fueron degradados en su preternaturalidad.

La dimensión natural es la creación visible: lo que vemos, olemos, gustamos, oímos y tocamos. A esta dimensión pertenecen los minerales, los vegetales, los animales y los seres humanos. Aunque los seres humanos también pertenecemos a la dimensión espiritual por nuestra alma inmortal.

La enseñanza de Aristóteles sobre la existencia de las almas es muy válida. Dice que, mientras que los minerales son seres inertes, los vegetales tienen alma vegetativa y los animales tienen alma sensitiva. Cuando se desorganiza la materia de plantas y animales, el alma de estos seres se destruye completamente. No ocurre lo mismo con el alma humana.

Solamente el hombre fue creado con un alma espiritual, es decir, además de tener funciones vegetativas y sensoriales, está dotado de inteligencia que le permite buscar y contemplar la verdad; y de voluntad que le permite rechazar el mal y adherirse al bien. Esta alma espiritual fue insuflada por Dios en el momento de la concepción, y a partir de ese momento, se vuelve inmortal (CIC 362-367). Al contemplar nuestra grandeza nos llenamos de asombro: somos una síntesis maravillosa de la creación en la que se fusionan elementos minerales, vegetales, animales y espirituales. ¡Formados del barro de la tierra y llamados a un destino inmortal y eterno!

El ser humano nunca fue creado puramente en estado natural, sino que fue creado con dones preternaturales y elevado al orden sobrenatural por medio de la gracia santificante, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. Los dones preternaturales eran la inmortalidad; la impasibilidad por la que no conocía la enfermedad o el sufrimiento; el dominio sobre las pasiones y una sabiduría venida de lo alto para que alcanzara su fin sobrenatural. Así nos lo enseña la teología espiritual. Para profundizar recomiendo el libro de Adolph Tanquerey "Teología ascética y mística". Lo mismo ocurrió con los ángeles, quienes no fueron creados únicamente en estado preternatural, sino que fueron elevados al mundo sobrenatural por la gracia santificante.

Redimidos por Cristo, los seres humanos podemos recuperar la amistad de Dios y, aunque los dones preternaturales que fueron perdidos por el pecado original ya no recobraremos en nuestra vida terrena, sí podemos participar de la vida divina a través de la gracia, y ser herederos de la promesa de Cristo, que es participar en la vida eterna de Dios.

Ante el asedio continuo de las ideologías materialistas y ateas que proponen visiones deformadas de la realidad, nada hay más liberador que conocer este estupendo mapa espiritual para recorrer los caminos de la vida y evitar el extravío. Viviendo una vida en el Espíritu y siguiendo a Jesucristo, con su gracia, podremos participar de la promesa de contemplar el rostro del Padre, compartiendo la gloria con el mundo angélico y con la pléyade de los santos.

El catolicismo y la carne

El aspecto más distintivo del cristianismo sobre otras religiones es la encarnación de Dios en la raza humana. Las demás religiones se escan...